Hoy se sabe qué zonas de riesgo y qué señales indican que se va a producir un huracán o una tormenta tropical, y aunque los efectos devastadores son imprevisibles, se ha aprendido a cómo actuar antes, durante y después de estas catástrofes naturales para mitigar al máximo las consecuencias. Lo mismo sucede con los terremotos, otro de los desastres de la naturaleza que provoca más pérdidas humanas y económicas.
En el ámbito empresarial, el terremoto de Chile el 27 de febrero de 2010, uno de los mayores cinco seísmos registrados en el mundo con 8,8 grados de intensidad en la escala de Richter, repercutió en todos los sectores de la economía, especialmente en el industrial, la pesca y el turismo, con pérdidas equivalentes a 5.340 millones de dólares.
Esta catástrofe puso de relieve la importancia de destinar recursos en las empresas para un departamento de Gestión de Riesgos, como así lo hicieron varias multinacionales españolas establecidas en el país para afrontar no solo estos sucesos naturales, sino también otros provocados por la acción del hombre, como el cambio climático o el terrorismo, entre otras amenazas para la continuidad del negocio. Esta integración de la Gestión de Riesgos potencia el compliance (el cumplimiento de la normativa) e impulsa la coordinación con otros departamentos. Y requiere de un programa ERM (Enterprise Risk Management), una estrategia para identificar los distintos riesgos y las áreas de negocio más afectadas y que prevea soluciones y recursos para acometerlas.
De terremotos como el de Chile también hemos aprendido que las empresas deben ir más allá de los datos materiales y recoger un Plan de Emergencia (PE) y un Plan de Continuidad de Negocio (BCP por sus siglas en inglés, Business Continuity Planning) que minimicen el parón en la actividad al que se enfrenta una compañía, pública o privada, después del terremoto. Se trata, en definitiva, de controlar las pérdidas. Después de un seísmo, además de caer los ingresos tal vez por meses o incluso años, se corre el riesgo de no recuperar la competitividad en el mercado, quedarse atrás y perder el valor anterior.
Con la herramienta BCP se detectan posibles impactos en las distintas áreas de negocio, se evalúan de forma exhaustiva los riesgos pero no recogen actuaciones concretas, sino generales, por lo que requieren de una capacidad rápida de respuesta del personal involucrado en el plan de continuidad de negocio. Ante una emergencia, los BCP generalmente se activan tras concluir el Plan de Emergencia, aunque en ocasiones pueden empezar a aplicarse a la vez. Para saber cuándo entra en funcionamiento el BCP debe definirse previamente en qué momento peligra la continuidad de la actividad.
Los BCP tradicionalmente se asocian sobre todo con catástrofes naturales y grandes y medianas empresas. Sin embargo, cada vez más las empresas los están implantando para reducir el impacto de incidentes mucho menos devastadores, pero que también interrumpen la actividad. Por ejemplo, ciberataques, fallos eléctricos, averías informáticas o sucesos que afecten a la productividad de los empleados.
Foto: Carlos Varela