La música es el arte que más llega al alma. Quién no ha tenido un mal día y ha decidido evadirse de toda preocupación escuchando sus canciones favoritas. Nos hace sentir bien.
«Amansa a las fieras», dice una frase proverbial. Ese efecto tranquilizador, tan antiguo como el hombre, se ha transformado en nuestros días en una disciplina de la medicina, la musicoterapia, avalada por infinidad de estudios científicos. Atiende a las necesidades físicas, emocionales, psicológicas y espirituales de los pacientes y sus seres queridos. Ya lo decía Platón: «La música da alma al universo, alas a la mente, vuelo a la imaginación y vida a todo».
La magia del sonido envuelve a cada vez más centros hospitalarios, como un complemento a la medicina tradicional. Actúa sobre las ondas cerebrales, la respiración y el ritmo cardiaco, la presión arterial o el sistema inmunitario. Sus bondades abrazan a enfermos de alzhéimer, cáncer, autismo, personas discapacitadas, embarazadas, neonatos… Y resulta beneficiosa no solo para levantar el estado de ánimo, también para mejorar la comunicación, reducir el riesgo de accidente cerebromuscular, aliviar el dolor…
El paciente no necesita tener ninguna habilidad musical para beneficiarse de la musicoterapia. Tampoco es mejor una música que otra, cualquiera vale. Y no tiene por qué ser una terapia pasiva en la que suena una melodía y ya está. Para algunos pacientes se complementa con otras actividades relacionadas. Entre ellas, cantar, escribir canciones o tocar instrumentos construidos con objetos cotidianos o el propio cuerpo (dar palmas, taconear…).
La Fundación MAPFRE apoya un programa de musicoterapia para los 130 residentes, personas afectadas por discapacidad psíquica, del Centro Valle del Roncal, en Pamplona. Los talleres son impartidos por terapeutas del Instituto de Música, Arte y Proceso de Vitoria. Su medicina: el xilófono, el piano, el tambor y otros instrumentos. Cuidan de ellos con un lenguaje universal, el de las emociones y los sentimientos.