Los niños, como los adultos, sufren estrés, porque también se preocupan. Entre 5 y 10 de cada 100 pequeños y adolescentes padecen un problema de ansiedad lo bastante severo como para afectar a su vida normal, según la Sociedad Española de Psiquiatría (SEP). Esta ansiedad puede manifestarse físicamente (con dolores o con dificultad para dormir) y mentalmente (muestras de nerviosismo, cambios de conducta o en el estado de ánimo, miedos extremos).
El desencadenante, la mayoría de las veces, son los problemas familiares. Por ejemplo, discusiones entre padres, un divorcio, la muerte o enfermedad de alguien cercano. También problemas escolares y otras situaciones traumáticas (podría ser un incendio en el hogar o un accidente de tráfico).
El papel de los padres es fundamental para que un niño pueda reducir su ansiedad y aprenda a controlarse. ¿Cómo pueden ayudarle? En primer lugar, dejándole que se enfrente a aquello que le causa ansiedad. Aunque a corto plazo sea mejor para ellos, a la larga no, porque refuerza ese trastorno. Enséñale a enfrentarse al problema, no a huir de él. Para ello, ayúdale a identificar posibles soluciones para que él mismo las genere y pídele su opinión sobre cuál de ellas cree que sería más apropiada.
El niño debe saber que nadie es perfecto y que no se puede ser amigo de todo el mundo. Siempre habrá algo en lo que no destaque y alguien a quien no le caiga bien. Transmítele que esto no es malo. Simplemente es así. Pregúntale qué le preocupa para que se exprese y se abra, que no se guarde la inquietud (explícale que si te lo cuenta podrás ayudarle mejor).
Evita los pensamientos y las palabras en negativo, lo cual es difícil, pero se puede. Actitud positiva siempre. Elogia y alaba sus logros, sobre todo cuando ha sido valiente y se ha atrevido a salir de su zona de confort (y recompénsale por ello). Resalta sus mejores atributos y destrezas.
Procura que se divierta con las actividades que realiza, porque eso le ayuda a calmarse. Por ejemplo, jugar o disfrutar con el deporte, la música, el cine, el teatro o la pintura. Un entorno participativo resulta saludable.
Controla sus horarios. Que duerma las horas suficientes es básico. También le favorecen una dieta equilibrada y saludable, la práctica de algún deporte y los ejercicios de relajación. En estos últimos debes guiarle tú, por ejemplo, con respiraciones lentas o visualizaciones de lugares relajantes como una playa. En «Vivir en salud: claves para estar bien. Guía para las familias», editada por la Fundación MAPFRE, encuentras todo los consejos necesarios para crecer sano.
Los padres son su ejemplo, así que debéis mantener la calma. Si os mostráis positivos, ellos también aprenderán a serlo. Y así sucede con cualquier conducta, lo absorben todo. Normalmente, la ansiedad remite en la mayoría de los casos, solo unos pocos continúan padeciéndola de adultos. «Sin embargo, la ansiedad puede tener un efecto nocivo en las oportunidades de un niño, con consecuencias a largo plazo. No ir a la escuela significa perder en educación y en la oportunidad de hacer amigos», explica la SEP. Si veis que la situación os desborda, tal vez sea la hora de buscar la ayuda de un profesional.