Cada vez es más habitual irse a la cama con una tableta o el smartphone en vez de un libro. Incluso lo hacemos en la oscuridad aprovechando que la pantalla de estos dispositivos se ilumina. Sin embargo, está comprobado que las longitudes de onda de luz azul que emiten resultan dañinas para la salud.
En primer lugar, esa luz afecta al ritmo circadiano, el reloj interno de los seres humanos. ¿El motivo? La exposición a ella suprime la secreción de melatonina, la hormona del sueño, que influye en los ritmos circadianos. Su desestabilización altera las condiciones metabólicas y puede dar lugar a la aparición de tumores, diabetes, depresión, y obesidad, como una reacción a la desincronización de diversos procesos fisiológicos. El efecto negativo más inmediato: a la hora de conciliar el sueño. Y no dormir lo suficiente está vinculado con un mayor riesgo de depresión, diabetes y problemas cardiovasculares.
Esta luz azul, producida en mayor cantidad por las luces LED que por las bombillas incandescentes, resulta perjudicial también para la salud ocular. La sobreexposición a ella, es decir, con un uso intensivo de los dispositivos, incide directamente en la retina. Así lo constata un estudio elaborado por investigadores de la Universidad Complutense de Madrid, con el apoyo de Fundación MAPFRE, que concluye que la exposición continuada puede producir la muerte prematura de las células de la retina, es decir, un desgaste irreversible, por lo que supone un factor de riesgo en el desarrollo de la degeneración macular asociada a la edad, la principal causa de pérdida de visión en personas mayores de 65 años en el mundo occidental.
Para evitar los riesgos asociado a esta luz fría, los expertos recomiendan optar por una iluminación artificial más cálida y tenue con luz roja, así como reducir el número de horas de uso de los dispositivos electrónicos y evitar mirar a pantallas luminosas a partir dos a tres horas antes de acostarse.
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