El consumo mundial de alimentos es enorme, y la demanda no deja de crecer cada año. Sin embargo, la distribución y el acceso a esos alimentos es deficiente, y más en concreto, es demasiado desigual: mientras en algunos puntos de occidente asistimos al desperdicio de alimentos, literalmente, en países del tercer mundo no hay apenas alimentos para una enorme cantidad de la población.
Por si fuera poco, no solo es injusto ese reparto tan desigual y ese derroche occidental, sino que ese desperdicio contribuye de manera muy negativa al cambio climático: cada año se pudren o se pierden cerca de 1.300 millones de toneladas de alimentos, lo que supone un tercio de la comida mundial y es suficiente para alimentar a 2.000 millones de personas. Ese desperdicio, además, contribuye al efecto invernadero porque se contaminó para producir alimentos que, al final, no alimentan a nadie.
Por tanto tenemos dos dramas: el de los alimentos desperdiciados frente a los más de 750 millones de personas que pasan hambre en el mundo; y el de las emisiones contaminantes que no sirven para nada. Ambos problemas son acuciantes para todo el mundo, y además la solución no parece fácil, aunque intuitivamente pensemos que un mejor reparto del alimento bastaría para eliminar los dos problemas de un plumazo.
Un estudio coordinado por científicos de la universidad de Postdam nos muestra la evolución de la diferencia entre la producción de alimentos a nivel mundial, y los alimentos desperdiciados. Se nota el crecimiento cada vez mayor de la brecha, y además se analiza cómo ese producto no aprovechado da lugar a una mayor cantidad de emisiones contaminantes «inútiles»: que no han servido para nada productivo.
Frente al nivel estable de la demanda de alimentos por persona desde hace más de 50 años, la producción se ha disparado, y la desigualdad impera en la distribución. El aumento de la producción agrícola y ganadera posicionó a la industria en un lugar capital en cuanto a emisiones: en 2010 la agricultura supuso el 20% de las emisiones contaminantes a nivel mundial.
Las expectativas para 2050 no son nada halagüeñas: para entonces las emisiones contaminantes que salen de los alimentos desperdiciados supondrá un impacto cinco veces superior al actual, y representarán el 14% de las emisiones totales de la agricultura, produciendo alimentos que no alimentarán a nadie.
Vía | Newsweek