Cuando renovamos nuestro armario, mucha de la ropa se desecha, ya sea porque se va deteriorando, porque la talla se queda corta (en el caso de los niños, sobre todo) o por cualquier otra razón.
El destino principal de esa ropa desechada deberían ser los contenedores de ropa que podemos encontrar en la calle, contenedores que recogen la ropa usada y la llevan a los centros de reciclaje para darles una segunda vida. La realidad es que no se recicla tanto como se debería.
En España y en la actualidad, solo se recicla el 18% de los residuos textiles (que incluyen ropa, zapatos y complementos; datos de 2017). Se trata de un porcentaje muy alejado de los objetivos planteados para 2020 (50% de tasa de reciclaje de textil) que se indican en el Plan Estatal Marco de Gestión de Residuos 2016-2022 (PEMAR).
En los Estados Unidos, también en 2017, el porcentaje de textil reciclado fue del 15,7%, bastante menor que el español (pero involucrando más toneladas de textil). El gran problema de estas tasas de reciclado tan exiguas es que, si la ropa no se procesa debidamente, termina en los vertederos, quemada o enterrada bajo tierra.
El coste medioambiental de esto es enorme. Para empezar, la industria textil genera una enorme cantidad de emisiones contaminantes en la fabricación que no se “recuperan” aunque la ropa tenga una segunda (o tercera) vida. Además, otro dato preocupante: el textil libera medio millón de toneladas de microfibras en el océano cada año (equivalentes a más de 50.000 millones de botellas de plástico).
Por eso, reciclar la ropa es la mejor vía para garantizar la sostenibilidad de la industria. Más del 50% de la ropa que se recoge en los contenedores se vende, la mayor parte en países emergentes.
Curiosamente, un amplio porcentaje del textil reciclado se destina a fabricar trapos (de igual manera que nuestras madres y abuelas convertían en trapos nuestra ropa vieja). En los Estados Unidos, aproximadamente el 30% del textil reciclado se convierte directamente en trapos, pero lo más probable es que la cifra sea mayor pues el 45% del textil que se reconvierte en ropa terminará desgastándose y reciclándose nuevamente.
La importancia del reciclado del textil es enorme. Cada pieza que se recicla es una pieza nueva que no se fabrica. En el proceso de manufactura posterior al reciclado, las emisiones contaminantes son siempre mucho menores que en el caso de las piezas nuevas, por tanto, con nuestro gesto de tirar la ropa vieja al contenedor adecuado estamos contribuyendo a reducir la huella de carbono del textil.
El texto fundamental de este artículo es el recogido en el sexto párrafo: -Más del 50% de la ropa que se recoge en los contenedores se vende, la mayor parte en países emergentes”- y que, tras una lectura somera del mismo, nos lleva a conclusiones no tan filantrópicas como el hecho de contribuir a la salud del planeta, esto es, la obtención de beneficio. Las empresas dedicadas a la implantación de dichos contenedores que, con el beneplácito de ayuntamientos, gobiernos provinciales y/o diputaciones y la percepción de recursos materiales que ello conlleva, movilizan a las masas a la integración de la cultura verde.
La corrección política, rayana en lo pueril, hace el resto: cumplimos con nuestros deberes cívicos para ahorrar a la industria textil la deleznable obligación de seguir contaminando y aliviamos asimismo los gobiernos la necesidad de imponer cuotas a la producción, o al menos a subjetivarla directamente al consumo real. En esta ecuación de pingüe condescendencia moral y exagüe sentido de la autocrítica, solo nos falta renombrar los vectores en juego en la ecuación principal: a=¿qué empresa u organismo se beneficia de la obtención de bienes de consumo con vida aún útil a coste cero? , b= ¿quién sufraga los gastos infraestructurales y de logística de semejante tonelaje de productos revendibles?, c= ¿qué porcentaje de fondos públicos se desvían para dar cobertura y viabilidad a semejante praxis comercial? y, finalmente, x= ¿cuál es el nombre de esta verdad tan incómoda?