Los coches autónomos tienen ante sí diferentes retos de envergadura. Entre otras cosas, ya vimos cómo las leyes son uno de ellos, quizás el que más influencia podrá tener en su llegada, o no, al mercado; otro es la ciberseguridad, un aspecto crítico para la seguridad de las personas y del propio vehículo.
Sin embargo, el reto más importante que tiene ante sí el coche autónomo es adaptarse a las circunstancias particulares de cada región por la que se vayan a mover. Hablamos de acomodarse a las costumbres de cada país (o ciudad) en cuanto al tráfico, y de cómo se presenta un importante problema que traerá de cabeza a los ingenieros.
¿Coche autónomo universal, o coche personalizado para cada región?
Un coche tradicional es, virtualmente, el mismo vehículo en cualquier país en el que se vende. Puede tener ciertas diferencias que dependen de la homologación de cada país, por ejemplo, diferencias de motorización, emisiones o la posición del volante.
Sin embargo, las diferencias culturales en cuanto a la conducción las incorpora el conductor. Si en un país determinado los cruces son un caos (como sucede en Egipto), es el conductor quien lo gestiona; si las personas cruzan la calle por cualquier lugar, menos por el permitido, como sucede en Nueva York, los conductores gestionan esa eventualidad.
Sin embargo, un coche autónomo se diseña y se fabrica integrando vehículo físico con «conductor» virtual. Es decir, el sistema de control del vehículo es el mismo para todas las unidades. ¿Cómo podría el coche autónomo reaccionar ante los peatones que cruzan por cualquier lugar?
La convivencia entre los coches autónomos y los conductores humanos es uno de los mayores problemas a los que se enfrentan los diseñadores. Por decirlo en pocas palabras, los coches autónomos se programan para cumplir las normas, pero muchos conductores se esfuerzan por «estirar» dichas normas.
Los errores humanos son la principal causa de siniestros viales, mientras que se supone que el coche autónomo reducirá la siniestralidad casi a cero. Gregory Winfree, director del Texas A&M Transportation Institute, tiene claro cuál será el quid de la cuestión:
La pregunta es cómo colaboraremos cuando tengamos una combinación de vehículos autónomos y manuales. ¿Qué pasará cuando ambos se acerquen a una luz amarilla y el coche autónomo disminuya la velocidad, pero el conductor del vehículo tradicional quiera acelerar? Desde el día uno, tenemos el potencial de conflicto.
Es la cultura de la movilidad actual la que puede poner en serios aprietos el despliegue del coche autónomo, y eso a pesar de que los vehículos realmente automáticos no llegarán en diez, ni posiblemente en 15 años: los que sí llegarán son los coches autónomos de nivel 4, que agregan todavía más incertidumbre.