Sobre el futuro de las ciudades y del transporte podemos decir muchas cosas. Podemos decir que será más eficiente, sostenible, silencioso, y también que el problema de la congestión de tráfico no desaparecerá así como así. Los coches autónomos tienen un calendario de llegada bastante cerrado, con pruebas que ya se están realizando en ciertas ciudades, programas piloto que comenzarán en 2017 y 2018, y con alguna marca desembarcando en nuestras vidas en 2021, como es el caso de Ford.
Pero uno de los puntos más interesantes será el de saber cómo será la relación entre los conductores y los vehículos: ¿tendrá sentido hablar de la propiedad de los vehículos llegado el momento?
Hablemos de servicios de transporte
Si el futuro se concreta en la proliferación de coches autónomos y compartidos, la posesión de un vehículo particular deja de tener todo el sentido. La utilización actual de los coches deja mucho que desear, con hasta un 95% de tiempo sin uso según diversas aproximaciones. Esto nos proporciona un punto de vista muy interesante: si el coche está parado tanto tiempo, ¿cómo puede compensarnos ser sus dueños?
Como es lógico, disponer de un coche siempre que lo necesitemos es el argumento más a favor de poseerlo, pero si fuésemos capaces de disponer de transporte en el momento que lo solicitemos, sin importar dónde estemos o qué hora sea, la ventaja competitiva de tener coche se desmorona.
Para que eso fuese posible, tendríamos que ser capaces de solicitar el vehículo mediante una aplicación, ser capaces de abonar el servicio de manera inalámbrica, y poco más. Esto es similar a un servicio estilo Cabify (coches con chófer, un concepto que ya conocemos de sobra con los taxis). Si el coche es autónomo o no, es indiferente: lo importante es tener ese servicio a disposición.
¿Qué es un servicio de transporte sino una solución de movilidad? Gracias a la tecnología actual es posible utilizar los datos y la conectividad para hacer posible el acceso para todos a una red de transporte diferente. No podemos solicitar un autobús urbano en el momento que queramos, pero sí movilizar un vehículo más pequeño para uso individual.
El caso de Ford SmartMobility es un ejemplo de cómo un fabricante de coches puede plantear este futuro, simplemente desplegando una red de servicios en torno al transporte: carsharing, ‘painless parking’ (un servicio para encontrar plazas de aparcamiento garantizadas), servicios que faciliten el uso de diferentes tipos de transporte (por ejemplo, coche hacia el aeropuerto, vuelo y recogida en otro vehículo en el destino, todo de manera automatizada).
Incluso en el terreno del sector seguros es posible innovar gracias a los datos, y la prueba está en un proyecto piloto que se desarrolla en Londres (de nuevo hablamos de Ford, en este caso) en el que se analizan los hábitos de las personas tanto en la conducción como en el uso del transporte, para calcular de una manera más exacta las primas de sus seguros, y las coberturas más adecuadas.
Sea como sea este futuro tan cercano, está claro que será la tecnología la que guiará a la industria de la automoción, y el resto de sectores y servicios asociados irán de la mano de esos cambios para, se supone, ir a mejor.