Una de las tendencias educativas en auge, la gamificación, incentiva el aprendizaje con un sistema basado en el juego. Los estudiantes ejecutan una serie de tareas individualizadas y adaptadas a un objetivo predeterminado. Una vez completado obtienen puntos, medallas u otras recompensas tras ir avanzado en los distintos niveles. En función de los resultados, se crea una clasificación con las distintas calificaciones de los “jugadores”. Una mecánica con la que los niños están muy familiarizados en los videojuegos y que resulta una motivación y un estímulo de participación para los alumnos. Lleva varios años aplicándose en colegios y universidades.
El desafío educativo moderno implica involucrar a los estudiantes, estimulando sus intereses, manteniendo su atención y una actitud positiva en un ambiente acogedor. La gamificación sobre todo se muestra eficaz para captar el interés y el compromiso. Se ha demostrado que fomenta la competitividad y el aprendizaje colectivo a través de trabajos colaborativos a través de internet. Genera una dinámica de aprendizaje mejor que si el trabajo se efectúa en casa en solitario. Los estudiantes no tienen miedo a fracasar en una plataforma de aprendizaje basada en el juego, ya que pueden ir a su propio ritmo.
¿Es la solución para algunos niños? Esta técnica de estudio no es la panacea para el éxito futuro de los pequeños. Los buenos alumnos aprenderán sin importar la estrategia. Beneficia más a los que les falte esa motivación para estudiar. Y, como todo, para lograr el máximo rendimiento y potencial de esta estrategia los elementos de gamificación tienen que estar muy bien diseñados, narrados, planificados e implementados. Los detractores de la gamificación argumentan que se corre el peligro de propiciar que los niños aprendan solo cuando se les proporciona recompensas externas.
Si quieres saber más sobre gamificación y otros modelos innovadores para la enseñanza, visita la web Recapacita de la Fundación MAPFRE.