Todo lo que utilizamos a diario utiliza energía para funcionar, o bien ha necesitado de energía para su fabricación. Los electrodomésticos y aparatos electrónicos, los gadgets, consumen electricidad; el coche, su combustible, ya sea diésel o gasolina, de nuevo consume electricidad. La calefacción consume gas y nos duchamos en agua caliente gracias a esa misma fuente de energía, y tus zapatos se fabricaron consumiendo energía, y contaminando también.
Esa contaminación asociada al consumo de energía es universal, y contribuye al efecto invernadero y, muy razonablemente, al calentamiento global y el cambio climático. La fuente de energía que se haya utilizado se obtiene mediante procesos, y en esos procesos se contamina. A la «totalidad de gases de efecto invernadero emitidos por efecto directo o indirecto de un individuo, organización, evento o producto» se le llama huella de carbono, que es un indicador de qué tanto sostenibles (‘verdes‘) son dichos dispositivos.
En realidad podemos hablar de huella de carbono para cualquier producto manufacturado. Por ejemplo, un par de zapatos. Esto es así porque al indicarnos la huella de carbono la cantidad de emisiones de gases de efecto invernadero, específicamente CO2 (y de ahí su nombre), debemos tener en cuenta todo el proceso de fabricación de los productos.
Evaluando cada paso del proceso de fabricación es posible conocer la sostenibilidad real de dichos productos, y la observación y medición abarca desde el momento en que se realiza la extracción de materias primas, pasando por todas las fases de fabricación, distribución, etc. Visto así, entendemos que todo producto manufacturado está contribuyendo, en el fondo, a la contaminación y al efecto invernadero.
En el caso de coches, o de gadgets como los smartphone, portátiles o el coche eléctrico, la huella de carbono va algo más allá, porque estos objetos consumen energía a diario para poder funcionar. Y la obtención de fuentes de energía es costosa desde el punto de vista medioambiental.
La huella de carbono de muchos de nuestros gadgets y aparatos electrónicos
El Instituto de Ingeniería Eléctrica y Electrónica, abreviado IEEE y leído i-e-cubo, hizo un estudio sobre el ciclo de vida completo de muchos aparatos electrónicos para estudiar el impacto ambiental de los mismos. Esto significa que estudiaron desde la extracción de la materia prima, pasando por todos los procesos de transformación, ensamblaje, test, y un largo etcétera. Esto es lo que encontraron, entre otras cosas:
- Usar oro como componente es útil por sus propiedades eléctricas, pero es muy caro en su extracción, y dicha extracción requiere grandes cantidades de energía. Emplear aluminio, níquel o estaño es más barato y menos costoso desde el punto de vista energético.
- La fabricación de placas solares es altamente contaminante. A pesar de que las placas solares nos proveen de energía limpia, la cantidad de emisiones del proceso de fabricación hace que el resultado global no sea tan positivo como se creía inicialmente.
- El coche eléctrico no es la panacea medioambiental. Es cierto que una vez se adquiere, el impacto es mínimo porque no tiene emisiones, pero en el proceso de fabricación todavía hay mucho que optimizar, desde la fabricación de las baterías (empezando por los procesos de extracción de los metales) hasta, incluso, en el reciclaje de las mismas baterías.
Por eso, cada vez es más necesario conocer los procesos de fabricación y darse cuenta de que, en la vida útil de casi cualquier objeto manufacturado, las emisiones contaminantes durante ese proceso son tanto o más importantes que las emisiones una vez puesto en el mercado. Eso, descontando los coches y vehículos de combustión.
Vía | IEEE
Foto | Japanexperterna.se
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